sábado, 4 de abril de 2020

Punto Final

Son las cinco con tres minutos y esto aún no comienza. Es mi primera vez aquí y, debo admitir, estoy nervioso; y por cada minuto que pasa me pongo más ansioso. Me tiembla la pierna. Me muerdo una uña. Se abre la puerta. Se escucha la voz de una hombre entre el murmullo de las otras... ¿10? ¿12 personas?

-¡Buenas tardes, gente!

Algunos responden al saludo; los demás se dedican a finalizar rápidamente sus pláticas y sus bebidas. Lentamente, cada uno elige una silla y se van sentando formando un círculo completo. Me estoy hartando de la formas redondas. Yo los observo en silencio, intentando no hacer contacto visual con nadie. Hasta el momento he logrado que a nadie se le antoje acercarse. El hombre que entró al final es también el último en tomar asiento, a unos cuatro lugares de distancia. Luce impecable de pies a cabeza; su peinado y su vestimenta. Está como salido de un catálogo de ropa para la familia. Debe estar en sus treintas. Nos mira a todos un momento con una gran sonrisa. Quiero salir de aquí.

-Qué gusto verlos el día de hoy, - comienza - agradezco mucho su puntualidad. Antes de comenzar quiero recordarles que todo lo que ocurre aquí es confidencial. No hay que mencionar a nadie quién estuvo aquí y de qué se habló, de esa manera todos estaremos más cómodos hablando. Esto lo digo, más que nada, porque veo que tenemos a una persona nueva entre nosotros.

Ahora todos me están mirando. No sé qué decir o a dónde voltear. La cabeza me da vueltas.

-¿Por qué no comienzas con tu nombre?
-Sam. 

"Hola, Sam", se escucha al unísono. Un poco espeluznante. 

-Sam, yo soy Rodrigo. Y, como tú, también soy adicto. Todos lo somos. Estamos aquí para ayudarnos entre todos. Vamos, cuéntanos tu historia.

Dudo. Hay silencio por un momento. 

-No... no sé cómo...
-¿Cuándo comenzó?
-Hace... como tres meses. Con lo del virus.
-¿Cómo te diste cuenta? 
-Al principio era entretenido. Me mantenía cuerdo en el encierro.
-¿Pero...?

Las palabras no salían. ¿Cómo esperan que me abra entre un montón de extraños? Rodrigo nota preocupación en mi mirada. Voltea ligeramente la cabeza hacia una chica a su derecha, le toca el brazo, cubierto por la tela de su suéter, y asiente. Ella me mira con toda la empatía del mundo.

-Hola, Sam. Soy Cinthia. Sólo quiero que sepas que entendemos por lo que estás pasando. Rodrigo y yo iniciamos estas reuniones hace dos meses después de...
-Muéstrale- dice Rodrigo.
-¿Me puedo acercar?- me pregunta.

Me quedo en silencio unos segundos mirándolos a los dos. Asiento ligeramente. Cinthia se levanta de su asiento y se hinca a un metro de mí, levanta su brazo izquierdo y lo descubre. Estoy perplejo.

-¿Es permanente?- pregunto, aún incrédulo.
-Sí. Soy tatuadora. Los hice yo misma. La primeras tres semanas de aislamiento fueron muy intensas para mí. Hablé con Rodrigo, intentó ayudar y le agradezco el esfuerzo pero... no funcionó como esperaba. Después de retirarme la laptop y el teléfono por unos días, empecé a buscar otras formas de satisfacer la adicción. Primero fue con una pluma, pero eventualmente se borraba. Entonces comencé a usar tinta permanente. Los tatué. Cada uno de ellos. Fue cuando tomamos la decisión de iniciar este grupo. Desde entonces no he agregado otro.

Me sonríe, se levanta y vuelve a su asiento. Yo sigo asombrado. Hasta hoy pensaba que mi propia adicción era grave, pero ver el brazo de Cinthia lleno de... eso...

-Entonces, Sam -me dice Rodrigo - ¿nos quieres contar?

Ya me siento más seguro. Me siento derecho. Me aclaro la garganta. Las miradas de los demás ya no se sienten invasoras. Ellos son como yo.

-Extraño a mis amigos. Y era mi manera de mantenerme cerca, de saber de ellos, de no olvidarlos. Me ayudó a conocerlos y a dejar que me conocieran. 

Lucho contra el llanto.

-Pero... con el tiempo me di cuenta que no importaba qué tan absurdo o ridículo fuera, no podía parar. Y cada vez que veía la oportunidad de hacerlo, me sentía molesto, porque no quería hacerlo. Y aún así, lo hacía.

No puedo más. Rompo en llanto. Me dejan hacerlo. Lo único que se escucha en la sala es mi llanto. Intento tranquilizarme lo mejor que puedo y, después de un par de minutos, logro controlarme un poco. Rodrigo me habla.

-Sam, necesito que te presentes de nuevo.
-¿Qué? - digo tratando de controlar los sollozos.
-El primer paso es la aceptación. Necesito que te vuelvas a presentar usando la frase completa.
-¿La frase completa?

Rodrigo asiente. Yo miro a Cinthia y pienso en su brazo lleno de tatuajes de puntos grandes y pequeños. Cientos de ellos. Son como yo. Esta es gente buena.

-Hola, mi nombre es Sam...
-Y soy... - me ayuda Rodrigo.
-Y soy adicto. Adicto al "punto y te digo".

"Hola, Sam", se escucha al unísono. Un poco reconfortante. Sonrío. Escucho algunas felicitaciones. La mujer a mi izquierda me toma del brazo.

-¿Por qué no vas a ver a tus amigos si los extrañas?
-Por el virus... estamos en cuarentena. No podemos salir.
-Entonces, ¿por qué estás aquí?

La sala queda en silencio.

-No... no sé- le respondo.
-Sam, ¿cómo llegaste aquí?- me pregunta el hombre a mi derecha.
-No sé. No debería... no sé.

Todos se ponen de pie y comienzan a rodearme. El círculo se vuelve pequeño a mi alrededor. "¿Por qué estás aquí?", dicen una y otra vez. "¿Por qué estás aquí?". "¿Por qué? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?".

Despierto agitado. Tomo mi celular. Son las 10 a.m. Todo fue un sueño. Sólo han pasado tres semanas desde que todo comenzó. Abro Facebook. La primera publicación que veo es la foto de un gato vestido de conejo que dice "Pon un punto y te digo qué tipo de zapato eres". La miro fijamente por un rato.

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